Fotos seleccionadas de: http://elbichocurioso.blogspot.com.es/2014/03/juanelo-y-el-hombre-de-palo.html

Juanelo Turriano, un desconocido innovador del s.XVI (2ª Parte)

En efecto, el problema fue que las aguas del Tajo eran elevadas hasta el Alcázar, bajo administración castrense, y los militares, pese a hacer uso del invento, se negaron a pagarlo, alegando que ellos no lo habían encargado.

JOSE IGNACIO ANDOLZ MUNUERA/ Asesoría Jurídica Financiera de la Dirección General de Administración y Finanzas de Sacyr. 


Agobiado por la carga que suponía el mantenimiento del artificio, que Juanelo, como hemos visto, venía obligado a soportar, el cremonense debió de recibir con alivio la oferta de Felipe II, que consistía en construir un segundo artificio, que pagaría la Corona, a cambio de conceder a su creador y a los herederos de éste un derecho exclusivo de explotación de la máquina.

Este segundo sistema de elevación comenzó a funcionar en 1581, pero esta vez el problema fue que, acuciado por los problemas económicos, Juanelo había dejado de costear el mantenimiento del primer artificio, lo que permitió al Rey Prudente hacer gala de su sobrenombre y mostrarse tan sumamente cauteloso a la hora de pagar al inventor que, simplemente, omitió hacerlo. Tras tan vil atropello, es fama que el audaz ingeniero quedó en la miseria, aunque hay estudiosos que aseguran que, sin negar la importancia del revés económico sufrido, sus consecuencias no llegaron a ser tan dramáticas.


En cualquier caso, tal vez haya que interpretar lo sucedido como una especie de bautismo que otorgó al esforzado cremonense carta de naturaleza hispánica, con todos los rasgos de cuantos antihéroes han poblado esta tierra, incluido el olvido casi absoluto. 

 

Segundo invento: Hombre de Palo

El segundo invento precisamente trae causa, para algunos cronistas, de las nefastas consecuencias económicas del Artificio. Se trata del Hombre de Palo. Las referencias a “hombres de palo”, autómatas de madera con aspecto humano capaces de llevar a cabo ciertas tareas, son comunes en la literatura en torno al Siglo de Oro. De hecho, la idea del sabio capaz de crear un ingenio con características propias del ser humano constituye casi un arquetipo – piénsese, por ejemplo, en el Golem de los judíos -. 

 


En este caso, la leyenda que rodea dicha invención de Juanelo ha encandilado tanto mi fantasía desde que era niño que me ha llevado a sentir una extraña gratitud hacia el ingeniero cremonense.  Es por eso que, como he dicho al principio, en la medida de mis posibilidades quisiera evitar que la indiscutible figura de El Greco eclipsara totalmente a la de su prodigioso coetáneo.


Juanelo, expertísimo relojero y mecánico, fue a su vez un destacado constructor de autómatas. De hecho, fabricó varios para Carlos I y en diversos museos del mundo se conservan algunos ingenios de este tipo que se atribuyen al cremonense. Sin embargo, del más famoso de todos, el Hombre de Palo, sólo queda su leyenda y el nombre de una calle en Toledo, cerca del lugar donde se supone que aquél funcionaba.


Instalado en la vía pública, se dice que este autómata tenía una ranura donde cualquier donante podía depositar una moneda. Hay quien afirma que se desplazaba por un raíl y que podía mover los brazos y las piernas, pero otros llegan más lejos y sostienen que Juanelo le daba cuerda y, tras soltarlo, el autómata era capaz de caminar por la calle. El resto de las cosas que hacía también se mueve en el terreno de la elucubración. Cuentan que el Hombre de Palo agradecía la dádiva con una reverencia, con una genuflexión o, al decir de los más osados, emitiendo algún sonido o incluso pronunciando alguna palabra.


Es difícil dudar de que alguna de estas historias se adentra decididamente en lo fantástico, pero pecará de imprudencia el que se limite a dedicarles una mueca de sorna. Resulta sorprendente el nivel tecnológico que ya anteriormente, en la Edad Media, se había llegado a alcanzar en disciplinas como la óptica o, por lo que aquí nos concierne, en la mecánica.

De hecho, hay quien considera al estudioso árabe Al-Jazari (principios del s. XIII) como el padre de la moderna robótica.
Volviendo a nuestro Hombre de Palo, hay una teoría que afirma que esta postrera creación fue el medio de supervivencia de un Juanelo arruinado, por los motivos que ya conocemos, en los años de su vejez. También existe otra según la cual el destino de la recaudación de este singular pedigüeño era un hospital de beneficencia.

 

Final acuciado por la ruina


Finalmente, se dice que el muñeco acabó entre las llamas de la Inquisición, en el convencimiento de que estaba poseído por el demonio. Por mi parte, me permito dudar de esta hipótesis, ya que el Santo Oficio solía ser extremadamente meticuloso a la hora de dejar constancia escrita del desarrollo de todos sus procesos, así es que lo más probable es que un caso tan singular hubiera llegado con todo detalle hasta nuestros días como parte de la ejecutoria de dicho tribunal. En esa línea, también se especula con que el propio Felipe II tuvo que intervenir para resguardar al inventor del celo Inquisitorial.


Juanelo Turriano murió en Toledo en 1585, según algunos en el hospicio, arruinado. Alguna vez oí decir que las cenizas del Hombre de Palo reposaron en una hornacina, junto a la tumba de su creador. Lo cierto es que los restos de Juanelo descansaron durante algunos siglos en el templo de los monjes del Carmelo, en la ciudad del Tajo, pero se perdieron cuando éste fue incendiado por los franceses en 1812, durante la Guerra de la Independencia, así que nada se puede asegurar tampoco.


Parece como si la historia se aplicara en dejar el mínimo rastro posible del genio cremonense. Tal vez por eso, Juanelo es una apuesta segura para cualquier mente inquieta. En esa tierra de nadie entre lo sorprendente y lo sencillamente imposible, es casi forzoso que la vida y las hazañas de este personaje lleven a cualquiera que las conozca a afirmar aquello de: “si non è vero, è ben trovato”.

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