ISABEL RUBIO ARROYO | Tungsteno
El arquitecto chileno Alejandro Aravena presume de construir “la mitad de una buena casa”. No lo hace porque no pueda construirla entera, sino por su enfoque innovador: ofrecer una vivienda inicial con una estructura básica completa y un espacio sin terminar. El objetivo es que las familias puedan ampliarla y mejorarla a medida que sus recursos y necesidades lo permitan.
Una casa por fascículos
Aravena ganó el prestigioso premio Pritzker en 2016. “Su obra brinda oportunidades económicas a los menos privilegiados, mitiga los efectos de los desastres naturales, reduce el consumo de energía y proporciona un espacio público acogedor”, afirmó el jurado. Se convirtió así en el primer galardonado chileno de este premio y el cuarto de América Latina, después de Luis Barragán (1980), Oscar Niemeyer (1988) y Paulo Mendes da Rocha (2006).
Sus construcciones se extienden por Chile, Estados Unidos, México, China y Suiza. Entre ellas, destacan algunas como las Torres Siamesas, el Centro de Innovación UC Anacleto Angelini o la Facultad de Medicina de la Universidad Católica de Chile. Desde 2001, Aravena ha sido director ejecutivo de ELEMENTAL, un "Do Tank" que se centra en proyectos de interés público e impacto social y que ya ha diseñado más de 2.500 viviendas sociales de bajo costo.
Un proyecto emblemático de vivienda social “incremental” es el conjunto habitacional Quinta Monroy, realizado en 2004 en Iquique, una ciudad costera del norte de Chile. Estas viviendas están diseñadas para permitir mejoras progresivas a medida que las familias dispongan de más recursos. “Si no hay tiempo ni dinero para acabarlo todo, hagamos ahora lo que va a garantizar el bien común”, afirmaba el arquitecto en una entrevista en la revista Architectural Digest.
Aravena ha liderado proyectos arquitectónicos significativos en diversas partes del mundo. Crédito: Dezeen.
El ‘hardware’ y el ‘software’ de las ciudades
Si por algo se caracteriza Aravena, es precisamente porque busca transformar ciudades y mejorar la calidad de vida de las personas. El arquitecto considera que una ciudad, más que una acumulación de edificios, es una concentración de oportunidades: de trabajo, de educación... “Por eso la gente se muda a ellas. El problema es cuando no somos capaces de responder rápido y esas personas migran para vivir en pésimas condiciones. Estoy convencido de que si identificáramos estratégicamente proyectos de espacio público, la ciudad sería un atajo hacia la equidad”, indica.
Precisamente por eso no sólo considera importante construir infraestructuras físicas en las ciudades, sino también asegurarse de que haya un equilibrio con el desarrollo de oportunidades y servicios que mejoren la calidad de vida de todos los residentes. “Podemos cambiar todo lo que queramos la infraestructura, el hardware de nuestras ciudades, pero el software va a seguir estando orientado en una dirección”, alerta en una entrevista en el periódico El País. “Lo que estamos viendo en este momento es el costo de haber acumulado en nuestras periferias solo casas, no oportunidades”, añade.
La reconstrucción tras terremotos y tsunamis
Aravena también está convencido de que el diseño puede ofrecer respuestas más completas frente a desastres naturales. En 2010 Chile sufrió un terremoto y tsunami de 8,8 grados en la escala de Richter. “Nos llamaron para trabajar en la reconstrucción de Constitución, una ciudad en el sur de Chile. Se nos dio un plazo de 100 días para diseñar prácticamente todo: desde edificios hasta espacios públicos, la red vial, el transporte, la vivienda, y sobre todo, pensar en cómo proteger la ciudad contra futuros tsunamis”, contó Aravena en una charla TED en 2014.
Aravena intenta crear ciudades más resilientes y sostenibles. Crédito: TED.
Para buscar una solución, preguntaron a los residentes cómo les gustaría que fuera la ciudad: “A través de reuniones abiertas, escuchamos sus preocupaciones, como la necesidad de protección contra tsunamis y las inundaciones por lluvia, así como la falta de espacios públicos de calidad y acceso democrático al río”. El resultado fue “un bosque entre la ciudad y el mar que disiparía la fuerza de la naturaleza en lugar de resistirla, laminando el agua para prevenir inundaciones y proporcionando acceso público al río”.
El proyecto tenía un costo estimado de 48 millones de dólares. Al investigar el sistema de inversión pública, se descubrió que había tres proyectos separados con un costo combinado de 52 millones en el misma área que no estaban coordinados entre ellos. Al coordinarlos, según Aravena, ahorraron 4 millones de dólares y pudieron construir el bosque: “Este caso ilustra cómo el diseño sintético puede optimizar el uso del recurso más escaso en las ciudades: una coordinación eficiente”.
Tungsteno es un laboratorio periodístico que explora la esencia de la innovación.