Un viejo principio del derecho romano reza ‘Dura lex sed lex’, que traducido al castellano sería algo así como ‘la ley es dura, pero es la ley”. Esta expresión, de origen latino, hace referencia a la necesidad y obligación de aplicar la ley en todos los casos, incluso cuando sea contrario a los intereses de las personas. Esta máxima jurídica también tiene su aplicación en el mundo de la innovación.
La innovación es dura, pero es la innovación. La disrupción digital está generando nuevos enfoques y nuevas oportunidades que las organizaciones deben visualizar y aplicar si no quieren verse condenadas a la desaparición. Si bien muchas empresas aún se basan en lo que funcionó en el pasado, en lo anteriormente probado, en definitiva, en lo seguro, esta mentalidad reticente al cambio y con escasa visión de futuro está abocada al fracaso. Así, sólo aquellas compañías que redefinan sus procesos, se reinventen, innoven y se adapten a las exigencias de las leyes de la innovación sobrevivirán.
Precisamente, una de las leyes que marca el camino de la revolución tecnológica y la transición hacia lo digital es la Ley de Moore. Una regla de oro que se ha convertido en la guía que ha definido el desarrollo y crecimiento tecnológico en los últimos 50 años.
El 19 de abril de 1965, Gordon Moore, cofundador de Intel, el gigante informático, promulgaba una ley que establecía que el número de transistores (elementos electrónicos semiconductores) en un microprocesador se duplicaría cada año. Una idea que corrobora el ritmo vertiginoso al que avanza la tecnología y que se ha cumplido durante las últimas cinco décadas. Del mismo modo, Moore introducía el concepto de miniaturización. Un término que establece una analogía entre el tamaño y el rendimiento de los microprocesadores. De esta forma, cuanto más pequeño es el tamaño del procesador mayor es su potencia. En 1975, diez años después de hacer público su hallazgo, Moore tuvo que modificar su teoría debido a que el ritmo de crecimiento comenzó a disminuir, afirmando que el número de transistores de un microprocesador se duplicaría cada 24 meses aproximadamente.
En palabras más simples, la Ley de Moore explica la aceleración tecnológica y la optimización de la tecnología en términos de tiempo, costes y espacio. La velocidad a la que evoluciona la tecnología crece de forma exponencial cada año, multiplicando su rendimiento, aumentando su potencia y maximizando su capacidad de almacenamiento. Y lo que queda por venir.
Gordon Moore ya declaró en los años 60 que le auguraba un gran futuro a la tecnología por su enorme potencial de crecimiento. Llegará un momento en que la tasa de progresión será tan alta que los ordenadores, máquinas o robots serán totalmente autosuficientes, podrán tomar decisiones por sí mismos y la intervención humana será prácticamente inexistente.
Algunos expertos señalan que la Ley de Moore continuará marcando el calendario de la innovación tecnológica en los próximos años. Otros, los más escépticos, incluido el propio autor, afirman que, en 2025, esta teoría quedará obsoleta.
Si bien la Ley de Moore podría estar condenada a su desaparición, la innovación desde luego que no. El mundo continuará avanzando, la tecnología seguirá evolucionando y las empresas tendrán que continuar experimentando y adaptando sus actividades a las demandas de la nueva era digital.